lunes, 11 de agosto de 2014

AY BERLIN COMO DULE ESO NENÉ

La  ciudad vuelve a sentarse en sus propias vacaciones de verano, mientras los precios de los alimentos no escandalizan a nadie, una ciudad en la que cada día se suman más habitantes que llegan con expectativas no muy claras y fantasías miles con retoños  que terminan en frustraciones, quizá porque la ciudad crece en muchos ámbitos con su propio tiempo. Berlín no es una ciudad para se agresivo sino para relajarse, sin embargo los tranvías que se desplazan entre Alexander Platz y Marzahn  se turban de lenguas árabes refugiados por guerras , niños que con sólo dos meses ya hablan en una libertad que la tolerancia permite, españoles que buscan trabajo sin hablar alemán, italianos con buen presupuesto para comprar inmuebles, israelitas que buscan sin permiso de sus abuelos el pasado de las calles, señaladas (algunas) con una placa con nombre, apellido y fecha de deportación violenta en el reino de un esquizofrenia en la que nunca se cumplió el nacimiento de una Germania como nombre, eliminando así los orígenes eslavos de Berlín.
Los ayuntamientos o alcaldías ya muestran en muchos idiomas sus portales para orientar al recién llegado , muchas veces fustigado por su pasado reciente, mientras algunos dirigente religiosos reclaman más espacio para tantos refugiados que aún duermen entre bombas en cualquier lugar del mundo y desean llegar a Alemania, sin saber que cuota específica por habitantes les tocará.
Los campos universitarios en vacaciones y sus cafés y restaurantes propician una nueva mirada hacia el Spree o el Havel, aguas dulces que no fatigan la sed de la urbe , en su antigua-nueva cara de constante cambio de pobladores que en diez años quizá vuelva a re-estructurarse.
En Marzahn la comunidad vietnamita  es mayor de edad y sus descendencias forman parte del paisaje humano de un grupo llegado en tiempos del "hermano socialista"  que no les ofreció la integración que ellos mismo buscaron, dando mezclas de razas entre cubanos aquí radicados, rusos que nunca retornaron o polacos que hacen cursos de verano y aprenden alemán, dejando la pasividad lingüística de otros tiempos.
La pausa de un verano está en las heladerías de italianos jóvenes que con risos napolitanos o genoveses que deleitan el apetito consagrado del momento sugerido, así camina Berlín en tre su propio pasado y presente,